1989: Hillsborough, la tragedia que el fútbol no olvida

El 15 de abril de 1989, el estadio Hillsborough estaba listo para una fiesta. Era una semifinal de la FA Cup: Liverpool contra Nottingham Forest. Las gradas hervían de emoción, los cánticos retumbaban como tambores de guerra, y las camisetas rojas se movían como olas en un mar de pasión. Pero esa tarde, la alegría del fútbol se convirtió en pesadilla.
El desastre comenzó antes del silbatazo inicial. Una avalancha humana se desató en la zona asignada a los aficionados del Liverpool, quienes fueron empujados por cientos más que seguían entrando al estadio. No había control. No había espacio. No había salida. En cuestión de minutos, las vallas metálicas se volvieron trampas, y los cuerpos comenzaron a colapsar unos sobre otros. Gritos ahogados. Brazos levantados pidiendo ayuda. Silencio.
Noventa y siete personas murieron aplastadas. Cientos más quedaron heridas. Y millones, marcados para siempre.
Durante años, la versión oficial culpó a los propios aficionados. Dijeron que habían estado borrachos, que habían sido violentos. Pero era mentira. La verdad tardó décadas en salir a la luz, gracias a la lucha incansable de las familias de las víctimas. Y cuando por fin se reconoció que la culpa fue de la negligencia policial y de una gestión desastrosa, ya era tarde para muchos.
Hillsborough no es solo un capítulo triste del deporte: es una herida que aún duele. Y también, un parteaguas. Desde entonces, la seguridad en los estadios cambió. Las gradas de pie desaparecieron. Se reformó la relación entre hinchas y autoridades. Pero más importante: se juró que nunca más se antepondría el negocio al ser humano.
Porque el fútbol es pasión, sí. Pero jamás debe costar vidas.