Una escena cotidiana convertida en pesadilla

En la madrugada del lunes 17 de junio, cientos de personas —en su mayoría mujeres, niños y ancianos— se reunieron frente a un punto de distribución de ayuda humanitaria en Khan Younis, al sur de la Franja de Gaza. Lo que debía ser una jornada de esperanza se convirtió, en segundos, en una escena de horror: ráfagas de disparos, explosiones, gritos y cuerpos caídos.
Era la segunda vez esa semana que los residentes acudían con la ilusión de llevar un poco de arroz, harina o agua a sus hogares. Pero no regresaron todos.
Lo que ocurrió: caos, miedo y muerte
Según el Ministerio de Salud de Gaza, al menos 59 personas murieron y más de 200 resultaron heridas, muchas de gravedad. Entre los afectados había madres con bebés en brazos, adolescentes que esperaban en fila y adultos mayores visiblemente debilitados por semanas de malnutrición.
Israel, por su parte, informó que está investigando el incidente y no ha confirmado oficialmente su responsabilidad, aunque testigos y reportes en el lugar aseguran que los disparos provinieron de tanques cercanos y drones aéreos.
“Fue como una emboscada”, dijo a Al Jazeera un sobreviviente, con el rostro cubierto de polvo y sangre. “Corríamos entre los cuerpos. Había niños gritando por sus papás, gente que ya no se movía”.
El hambre como detonante: una bomba silenciosa
Este ataque no ocurrió en una zona de combate, sino en un espacio designado para la entrega de ayuda internacional. El problema es más profundo: la escasez en Gaza ha alcanzado niveles extremos, con más del 80% de la población sin acceso diario a alimentos suficientes.
Organizaciones como Médicos Sin Fronteras y la ONU han advertido que la hambruna ya no es un riesgo futuro: es una realidad. Y cuando las personas se ven obligadas a elegir entre morir de hambre o salir a buscar comida en condiciones peligrosas, el resultado puede ser trágico.
Más allá del conflicto: la dimensión humana
Es fácil perderse en cifras, comunicados y discursos diplomáticos, pero detrás de esta tragedia hay nombres, familias y sueños. La historia de Amal, por ejemplo, una niña de 7 años que acudió con su abuela y ahora está desaparecida. O la de Samir, un joven de 18 años que iba por primera vez a recoger ayuda para su familia… y no volvió.
Estas historias deben ser contadas porque humanizan lo que muchos quieren reducir a política o geopolítica. No importa del lado que estés: nadie debería morir por buscar comida.
Cierre con llamado a la conciencia
Lo que pasó en Khan Younis el 17 de junio no es un accidente aislado: es parte de un patrón de violencia que necesita ser visibilizado, discutido y enfrentado desde una postura ética.
Desde la comodidad de una pantalla, podemos no sentir el hambre, el miedo ni la pérdida. Pero eso no significa que debamos mirar hacia otro lado. La conciencia comienza con la información, y la transformación con la empatía.