Sam Smith ya no es solo “esa voz que te hace llorar en el coche a las 2 a.m.”. Hoy, Sam es un manifiesto viviente. Una figura que ha transformado su carrera y su identidad con una autenticidad que incomoda, inspira y revoluciona. En un mundo que aún se resiste a lo diferente, Smith ha decidido ser radicalmente ellx mismx. Y lo está haciendo con lentejuelas, botas altas y una voz que sigue siendo puro oro.

Desde que se declaró no binario en 2019, Sam ha vivido una metamorfosis pública que va más allá de lo visual. Aunque las baladas aún están en su repertorio (y nos siguen haciendo trizas el alma), ahora su música se mezcla con el pop provocador, el dance queer y el arte performativo. Prueba de ello fue su show viral en los Grammy 2024 con Kim Petras, lleno de simbolismos queer y crítica religiosa. Fue amadx y odiadx. Pero sobre todo, fue ellx.
La industria, como era de esperarse, ha reaccionado con una mezcla de admiración y juicio. Mientras una parte del público aplaude su valentía y estética desafiante, otrxs no han soportado el cambio. ¿Y Sam? Sam está más libre que nunca. En entrevistas ha dicho que por primera vez puede respirar sin disfrazarse, que su cuerpo ya no es una cárcel y que su música ahora es un acto de resistencia.
Y vaya que lo es. Canciones como Unholy (feat. Kim Petras) se convirtieron en himnos virales, no solo por su pegajoso beat, sino porque hablaban de las dobles morales, de lo que se oculta bajo la alfombra de lo “correcto”. Sam Smith ya no está buscando aprobación. Está poniendo sobre la mesa lo incómodo, lo queer, lo visceral… y lo está haciendo con glitter.
Estéticamente, se ha convertido en un ícono. Sus looks en alfombras rojas son virales por derecho propio: desde el outfit inflable tipo “bola gigante” en los Brit Awards hasta los corsets que usa con orgullo. ¿Es escandaloso? Sí. ¿Es arte? También. Porque cada aparición suya es una declaración: “Aquí estoy, y no me pienso esconder”.
En su gira mundial Gloria Tour, Sam ha dejado claro que el escenario es su templo. Con visuales provocadores, cuerpos diversos en escena y discursos emotivos, cada show se siente como una misa queer donde la música, el cuerpo y la libertad son sagrados. Y si hay lágrimas, no son de tristeza: son de celebración.
Sam Smith ya no le canta solo al amor. Le canta a la identidad, al deseo, a la vergüenza que se vuelve orgullo. Y eso, en esta industria, es una revolución.